Leído una primera vez y encantado con la brutal sencillez de sus páginas, volví a releerlo con el Club del Libro Ciervo Blanco para su primera tertulia literaria en Madrid.
Y me maravilló ambas veces la sublime notoriedad de lo absurdo que todo lo implica, de la lucha implacable en cada una de las frases, de la guerra infinita en cada palabra, del furor desmesurado de lo erótico en cada letra, en cada símbolo.
Piel fría se presenta como una «novelita», pero no lo es: es un novelón magnífico, tremendo en lo insoluble de su trama, en lo mágico de su desenlace y su contexto. Dos hombres, un faro, una isla, una monstrua. Un montón de monstruos. La lucha. Ah, el fragor de la lucha. El sexo en todos sus colores, manifestaciones, atracciones, querencias, sin sentidos, guerras. Y la guerra, la guerra eterna sin fin, la guerra que lleva a los protagonistas a matarse entre ellos y a ayudarse entre ellos, la guerra que hace y deshace, el sinsabor de las balas, los llantos de la sangre, la muerte.
Un dolor que todo lo abarca, una intensidad sin precedentes, una historia increíblemente creíble cuando lo que viene del mar es más noble, en su matiz desconocido, que lo que habita la tierra. Tan recomendable que no he podido, años después, más que escribir sobre ella para recomendarte a ti, que buscas aventuras ligeras de calidad profunda, esta novela.