Un libro indómito, de naturaleza revoltosa y caprichosa, con talante furtivo, relámpagos cegadores y trasfondo de eterna oscuridad. Porque la guerra reparte relámpagos cegadores y es eternamente oscura. O más bien: la muerte lo es. Para ser un libro divertido, plagado de gags y chistes fáciles, capaz de arrancar alguna risotada -de las de verdad, de las de reírte mientras lees-, es tremendamente deprimente. La guerra siempre lo es, incluso en su lado cómico. O más bien: la muerte lo es.

Es quizá una de las novelas de estructura narrativa más quebrada que haya pasado por las tertulias literarias Ciervo Blanco en Madrid. Leer Catch-22 para un club de lectura es un desafío doble, en la medida en que tratar hechos concretos implica repartirse por decenas de páginas que describen un mismo evento en frases desperdigadas que aportan información en pequeñas píldoras de muerte, destrucción y risas. En una palabra, la estructura temporal de Catch-22 es una locura.

Y locura es lo que puebla cada página porque locura es lo que sobrevuela a los personajes. La locura de la guerra, sí, pero no sólo: la locura interna que les es propia y les caracteriza, la que lleva a Milo a bombardear su propio campamento varado por el capitalismo salvaje, la que lleva al coronel-ascendido-a-general a organizar desfiles constantes, la locura que todo lo llena y todo lo puede y todo lo absorbe y de la que, curiosamente, sólo se libra un personaje: el protagonista.

Donde se repite por doquier que Yossarian está loco, muy loco, loquísimo, es sin embargo a mi entender el único personaje que mantiene la cordura durante toda la obra. Sus respuestas, sus acciones, sus decisiones, todo el personaje principal es el más cuerdo de todos. Incluso cuando se pasea desnudo por el campo, sí; ¿qué reacción ante la muerte puede haber más natural?

Y entre bombas y aviones, soldados y civiles, putas y oficiales, se genera una historia eterna como la guerra misma, que no cambia y que, a pesar de plantearse la novela con un lenguaje aguerrido y chistes fáciles, es noble en su pretensión y en su rango de alcance, con una literatura más precisa de lo que aparenta y un rocambolesco cruzarse de proposiciones de sentido como pinceladas de un cuadro que, completo y mirado con cautela desde lejos, ofrece un maravilloso Guernika acuartelado, noble, excelso y que hace ojitos de obra maestra.

Leerlo en inglés para la book discussion de Ciervo Blanco es, en todo caso, lo más correcto. No puede haber traducción que iguale el lenguaje del original ni lo que Heller logra con una literatura amplia, informal y escurridiza, alegre y absurdamente triste, que nos lleva a experimentar un universo sin fin, el de la guerra y la muerte, en una escritura entrecortada y sublime que, si bien delimitada en el tiempo, nos entrega una novela divertida y eterna que supera el marco de su tiempo y es universal, necesaria, infinita y esencial.

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